El inventor de este término es el doctor Raymond Moody, quien lo popularizó hace 25 años en su best seller mundial Vida después de la vida. Este libro renovó la curiosidad popular por lo que pueda esperarnos después de la muerte, inquietud tan vieja como el ser humano.
Resulta asombroso que, antes de Moody, este fascinante fenómeno estuviese prácticamente ausente de la literatura médica. Por eso no es de extrañar que su libro, un tanto ingenuo y más repleto de preguntas que de respuestas, suscitara las iras de los escépticos, quienes consideraban que los informes de unos cuantos cientos de personas no tienen gran validez científica. Ello se debe al enfoque eminentemente racionalista de la medicina y de los científicos en general, cuya actitud suele ser despectiva con aquello que no se pueda medir y demostrar de forma clara, y más aún si aparece rodeado de ribetes místicos.
Después, escuché la voz de la enfermera que cuidaba mis heridas: “Permanezca tranquilo. Está perfectamente vivo, aunque le habíamos dado por muerto”, historias smejantes a la anteriorSin embargo, uno de cada veinte norteamericanos adultos – unos ocho millones de personas – parece haber vivido una ECM. Esto es lo que se desprende de un sondeo realizado por el Instituto Gallup en 1982, según el cual el 15 por ciento de los encuestados afirma haberse encontrado alguna vez al borde de la muerte, aunque no todos recuerden vivencias psíquicas. De estos, el 11 por ciento describe una sensación abrumadora de paz y ausencia de dolor; otro 11 por ciento experimentó una rauda revisión de su vida pasada; otro 11 por ciento tuvo la sensación de estar en un mundo diferente; un 9 por ciento se sintió fuera de su cuerpo; un 8 por ciento notó que unos seres especiales estaban presentes durante su experiencia; un 5 por ciento contempló luces cegadoramente brillantes; un 3 por ciento percibió un túnel, y el uno por ciento restante tuvo una sensación de tormento infernal.
Si bien es cierto que los libros publicados sobre el tema han animado a muchas personas influenciables a proporcionar detalles más que imaginativos sobre sus ECM (o NDE, siglas de “Near-Death-Experience”)
La Biblia narra la resurrección de Lázaro, pero nada nos dice sobre lo que pudo ver o experimentar durante los días que permaneció muerto.
El primer estudio sobre las ECM fue realizado hace un siglo por el geólogo y alpinista suizo Albert Heim. Su interés en estas experiencias se inició tras varios accidentes sufridos en los Alpes. Durante varias décadas recopiló un centenar de relatos de montañistas accidentados y de otras personas que habían sobrevivido a caídas diversas, heridas de bala y otros accidentes. Llegó a la conclusión de que estas ECM eran extraordinariamente similares en el 95 por ciento de los casos, independientemente de las circunstancias que rodeaban a cada uno.Resulta asombroso que, antes de Moody, este fascinante fenómeno estuviese prácticamente ausente de la literatura médica. Por eso no es de extrañar que su libro, un tanto ingenuo y más repleto de preguntas que de respuestas, suscitara las iras de los escépticos, quienes consideraban que los informes de unos cuantos cientos de personas no tienen gran validez científica. Ello se debe al enfoque eminentemente racionalista de la medicina y de los científicos en general, cuya actitud suele ser despectiva con aquello que no se pueda medir y demostrar de forma clara, y más aún si aparece rodeado de ribetes místicos.
Después, escuché la voz de la enfermera que cuidaba mis heridas: “Permanezca tranquilo. Está perfectamente vivo, aunque le habíamos dado por muerto”, historias smejantes a la anteriorSin embargo, uno de cada veinte norteamericanos adultos – unos ocho millones de personas – parece haber vivido una ECM. Esto es lo que se desprende de un sondeo realizado por el Instituto Gallup en 1982, según el cual el 15 por ciento de los encuestados afirma haberse encontrado alguna vez al borde de la muerte, aunque no todos recuerden vivencias psíquicas. De estos, el 11 por ciento describe una sensación abrumadora de paz y ausencia de dolor; otro 11 por ciento experimentó una rauda revisión de su vida pasada; otro 11 por ciento tuvo la sensación de estar en un mundo diferente; un 9 por ciento se sintió fuera de su cuerpo; un 8 por ciento notó que unos seres especiales estaban presentes durante su experiencia; un 5 por ciento contempló luces cegadoramente brillantes; un 3 por ciento percibió un túnel, y el uno por ciento restante tuvo una sensación de tormento infernal.
Si bien es cierto que los libros publicados sobre el tema han animado a muchas personas influenciables a proporcionar detalles más que imaginativos sobre sus ECM (o NDE, siglas de “Near-Death-Experience”)
La Biblia narra la resurrección de Lázaro, pero nada nos dice sobre lo que pudo ver o experimentar durante los días que permaneció muerto.
Heim estimaba que la aceleración mental “nace como respuesta a un grado extremo de sorpresa, mientras que, en respuesta a un grado inferior, muchas personas se sienten paralizadas”, considerando insatisfactorio que tales actos representen simplemente actos reflejos.
Recordaba que, durante su propia caída por un glaciar, una parte de él tomaba medidas para intentar frenar su deslizamiento y reflexionaba sobre las condiciones de su caída inevitable; mientras tanto, revisaba todo su pasado y pensaba en su familia, concluyendo que durante aquellos escasos segundos “las observaciones objetivas, los pensamientos y los sentimientos subjetivos eran simultáneos”.
A comienzos de siglo se realizaron tres estudios sistemáticos sobre relatos de agonizantes y entrevistas con médicos y enfermeras que los atendían. El psicólogo James Hyslop descubrió hacia 1907 que los enfermos terminales experimentaban, uno o dos días antes de morir, apariciones de parientes o amigos, generalmente fallecidos, que intentaban hacerles comprender que aún no había llegado el momento de su muerte, o bien aparecían como sus guías hacia el más allá. A idéntica conclusión llegó en 1923 Ernesto Bozzano, padre de la parapsicología italiana. En los años veinte, Sir William Barrett, médico y pionero de la investigación paranormal, recogió una serie de visiones descritas por agonizantes y descubrió que éstas se producían frecuentemente mientras la mente del individuo daba muestras de claridad y racionalidad; por lo tanto, no podían atribuirse a alucinaciones. A veces, el moribundo tenía la impresión de abandonar su cuerpo, al tiempo que su aparición era percibida por sus familiares. Advirtió que, a veces, las visiones no se ajustaban al estereotipo cultural o a ideas preconcebidas de los pacientes, y encontró casos de niños asombrados de ver ángeles sin alas y otro al que se le aparecía un familiar que aseguraba al agonizante que estaba muerto, en tanto sus parientes le habían ocultado este fallecimiento.
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